Año 2016
La ausencia del pensamiento verde en los debates y programas electorales
Los programas y debates de los partidos siguen difuminando o ignorando, sean generales o sectoriales y como ha venido ocurriendo en las últimas convocatorias a elecciones generales, autonómicas y municipales, las aportaciones imprescindibles del pensamiento verde a las propuestas e iniciativas de los gobiernos a los que aspiran olvidando las dimensiones ambientales que deben impregnar la cotidianeidad de sus acciones y los ámbitos sobre los que vayan a ejercer sus competencias de gestión, regulación y distribución. Transcurrridos casi 50 años desde la Conferencia de Estocolmo sobre Desarrollo Sostenible y casi 25 desde la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro la confianza en la interiorización de criterios ambientales básicos en los gobiernos que suscribieron aquellos objetivos se ha ido desvaneciendo en paralelo a su conversión en puros elementos decorativos o simulacros de acuerdos y medidas con discursos y retóricas que han dejado al margen las urgencias y prioridades que requieren la degradación creciente de los soportes y equilibrios ecológicos que garantizan la calidad de vida en nuestro planeta.
Esta extrema fragilidad teórica y práctica explica, desgraciadamente, la ausencia en nuestro país de una visión global, coherente e interdisciplinar que valorase, también, las repercusiones a largo plazo –frente a la obtención de beneficios inmediatos en el menor tiempo posible sin evaluar sus costes e hipotecas ambientales– como meta para superar una crisis ecológica que ha ido agravándose con la devaluación, incumplimiento sistemático o vaciado continuo de las leyes que, en su momento, podrían haber enfrentado la situación, dotándolas de una financiación y desarrollos reglamentarios que se han perdido en los vericuetos de la burocracia, la búsqueda de los rendimientos a corto plazo, la dispersión de competencias, o las inversiones despilfarradoras, corruptas o megalómanas de aeropuertos sin aviones, autovías sin coches, AVE,s sin pasajeros –e imposibles de amortizar económica, social y ambientalmente mientras se marginan las mejoras del ferrocarril convencional y Cercanías–, costas devastadas, promociones inmobiliarias ilegales, encauzamientos salvajes de ríos y costosas obras hidraúlicas de trasvases, potabilizadoras, desaladoras, embalses..., sin atender al mantenimiento de los caudales ecológicos, los programas integrales de cuenca y cabeceras con la protección de acuíferos, las garantías de esponjamiento y el freno a las escorrentías superficiales, y la lucha contra la erosión – y sin el soporte de los programas LINDE y PRITCRA para amortiguar los efectos de las grandes avenidas, y conservar los bosques de galería, las formaciones de ribera, los cauces fósiles, los trazados meandriformes y la funcionalidad de los ecosistemas fluviales como corredores ecológicos–, plantaciones masivas de monocultivos arbóreos de crecimiento rápido, destrucción de hábitats, introducción de especies exóticas, desaparición de zonas húmedas, marismas y sistemas dunares, urbanizaciones y ciudades desarticuladas por la especulación y la falta de ordenación y planeamiento, aumento de la movilidad obligada, y acentuación de la estandarización, artificialización y pérdida de la variedad y riqueza de los paisajes naturales y culturales...
Todo ello en consonancia con los fracasos de los objetivos ambientales de las leyes del Suelo, Agua, Costas, Montes, Minas, Residuos, Patrimonio Natural y Biodiversidad, Conservación de la Naturaleza, Sector energético, PORN,s y PROT,s... que lo que han conseguido, entre otros éxitos, es bendecir la especulación del suelo, el caos y la dispersión territorial y urbanística, el estrés hídrico y la frecuencia de las inundaciones, la desprotección y el uso insostenible del litoral, la contaminación por tierra, mar y aire, la nefasta gestión de los espacios protegidos o la Red Natura 2.000, la negación de la economía circular y el principio de las 5 Erres –Reemplazar y prohibir las sustancias tóxicas y no biodegradables de los procesos industriales; Reducir envases, rechazos y residuos; Reutilizar, frente a las modas y la obsolescencia programada, los bienes disponibles; Reciclar, frente a los vertederos y la incineración, para ahorrar materias primas en la fabricación de los mismos productos; y Recuperar con el fin de obtener recursos de otra naturaleza como compost, biomasa, materiales diversos..., sin necesidad de explotar nuevos yacimientos–, la electricidad más cara de Europa, la privatización y desrregulación de los sectores estratégicos de la economía y las infraestructuras para garantizar negocios particulares al margen de las dimensiones ambientales y los intereses colectivos, y la carencia de una fiscalidad verde selectiva que obligase a la reconversión ecológica de usos y actividades de producción y consumo.
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